Las nueve vidas de Bill Wipfler
HOY. 9 de Octubre del 2018.
Por Juan Bolivar Diaz
Acaba de partir hacia la región infinita de los seres superiores el reverendo William L. Wipfler, un sacerdote episcopal que empezó su ministerio en la República Dominicana en plena Era de Trujillo y quedó atado a nosotros para siempre, pero cuyos méritos traspasan el inmenso territorio de Estados Unidos, y recorren todo el continente, hasta la Tierra del Fuego, donde no hubo dolor humano que no hiciera propio.
Por toda América hay gente que celebra en estos días la vida de este inmenso personaje que encarnó como pocos las virtudes y los mandamientos cristianos de buscar a Dios a través del amor al prójimo. Y tanto amó que no es posible llorarlo, sino celebrar sus nueve vidas, como le contaron hace justo tres años, en un homenaje que le rindieran en el Seminario de Nueva York donde fue ordenado en 1955.
Bill Wipfler llegó como misionero de la Iglesia Episcopal a La Romana en 1955, y allí nutrió su espíritu cristiano en la solidaridad con los trabajadores, generando tensiones con la tiranía trujillista, junto a su compañero de ministerio Phill Wheaton, Ambos sobrevivieron a la tiranía que ya había cobrado la vida de otro episcopal, el reverendo Charles Raymond Barnes. Luego se convertirían en dos personajes de las iglesias norteamericanas. En 1967 Wipfler comenzó a dirigir el Departamento para América Latina del poderoso Concilio Nacional de Iglesias, el organismo cúpula de las iglesias protestantes de Estados Unidos. Desde 1977 y hasta el 88, dirigió el Departamento de Derechos Humanos del concilio.
Ecumenista de primera línea no aceptaba límites ni horizonte, su campo visual era el universo de los seres humanos. Estuvo en primera línea en la lucha por los derechos civiles de los norteamericanos, contra la guerra de Vietnam y fue un crítico del dominio de las empresas transnacionales. Se vinculó a la teología de la liberación que blandieron las vanguardias católicas latinoamericanas hace 50 años, tras la Conferencia del Episcopado en Medellín.
Wipfler se multiplicaba y se ganaba declaraciones de no grato por los dictadores de Brasil, Argentina, Nicaragua y El Salvador. Nos contó que fue el último en recibir la comunión de manos del arzobispo Romero en la víspera de que éste fuera asesinado en plena misa el 24 de marzo de 1980, y hace un par de años se apersonó a su beatificación en San Salvador.
Conocí a Wipfler en 1971 en Nueva York, cuando me tocó trabajar en el área de comunicaciones del Departamento para América Latina de la Conferencia de los Obispos Católicos de Estados Unidos. Con él y Wheaton he estado desde entonces en comunión humana. Fueron denunciantes de la intervención militar norteamericana a República Dominicana en 1965 y apoyaron política y financieramente al Comité Dominicano de Derechos que desde Nueva York denunció los asesinatos, cárceles y exilios políticos de la cuasi dictadura de Balaguer. En 1979 su influencia sobre accionistas de la Gulf & Western ayudó a presionar para conseguir que esa empresa devolviera al país 38 millones de dólares que nos correspondían por ventas futuras de azúcar del CEA. Tras una campaña de denuncias desde el diario El Sol la Gulf entregó esa suma a un patronato creado para obras en la región oriental.
Wipfler quiso entrañablemente a nuestro país y sus gentes y vino de visita repetidas veces. Le entrevistamos en Uno+Uno y en Jornada Extra y disfrutamos de sus afectos aquí y en Nueva York. Tuvo otro vínculo importante con el país al haber escrito su tesis doctoral sobre la Iglesia dominicana. Cepae la publicó como libro en 1980: “Poder, Influencia e Impotencia; La Iglesia como Factor Socio-Político en la República Dominicana”.
Amó tanto el país que ya cerca de los 90 años quería venir a despedirse, y a principio de este año me llamó para coordinar su visita y para poner en circulación una reedición de su libro en abril, pidiéndome que hiciera la presentación. Pero su cardiólogo no le autorizó tomar avión y le sugirió que lo dejara para fin del año. La semana pasada viajó al infinito. Todo lo que nos queda es celebrar las nueve vidas que el reverendo John Collins le atribuyó el 10 de octubre del 2015, cuando se despidió del ministerio activo en el seminario de Nueva York de donde partió hace 63 años para dar testimonio de inmenso pastor cristiano.