Obispo primado Curry: Mensaje de Pascua 2022

«La Pascua es la celebración de la victoria de Dios», dijo el obispo presidente y primado de la Iglesia Episcopal Michael B. Curry en su mensaje de Pascua 2022. «La tierra, como un huevo, se ha resquebrajado, y Jesús ha resucitado vivo y renovado, y el amor resulta victorioso».

La festividad de la Pascua es el domingo 17 de abril.

Sigue aquí el texto del Mensaje de Pascua 2022 del Obispo Primado

En el evangelio de Mateo, la resurrección de Jesús se presenta de esta manera: «Cuando pasó el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, hubo un gran terremoto, porque un ángel del Señor descendió del cielo, removió la piedra, y se sentó sobre ella».

Hace varios años, cuando prestaba servicios como obispo de Carolina del Norte, uno de nuestros clérigos, el Rdo. James Melnick, ofreció un taller, el sábado que antecede al Domingo de Ramos, sobre cómo diseñar, colorear y hacer huevos de Pascua.

Asistí al taller con otras personas del área de Raleigh y puse mi mayor empeño en hacer un huevo de Pascua. Pero Jim era un maestro haciéndolos. Vean, la familia de Jim provenía de Ucrania, y él había estado haciendo esos huevos de Pascua desde la infancia, y habló de su abuela y de la tradición familiar que provenía de Ucrania: la elaboración de esos huevos de Pascua. Yo conocía el significado del huevo de Pascua y de la Pascua. Conocía las historias y la verdad y las enseñanzas sobre la llegada de una nueva vida al mundo, y la conexión de la vida que emerge de un huevo, y de Jesús resucitando de entre los muertos y trayendo nueva vida y esperanza a nuestro mundo.

Pero se me hizo evidente, a lo largo del último mes, más o menos, en este momento en que el pueblo de Ucrania lucha por su libertad, lucha por ser lo que Dios quiere que todas las personas sean, libres, que ese huevo, que está profundamente arraigado en la vida y la conciencia del pueblo de Ucrania, que esos huevos de Pascua no son meros símbolos, sino recordatorios de la realidad de la resurrección de Jesús. Recuerden. El Domingo de Ramos, Jesús entró en Jerusalén, como sabemos, montado en un asno, lo cual constituía una acción deliberada de su parte.

Entró en Jerusalén aproximadamente al mismo tiempo que Poncio Pilato, el gobernador de Roma, entraba en la ciudad por el otro lado, por la otra puerta. Pilato lo habría hecho montado en un caballo de batalla, acompañado de caballería e infantería. Habría cabalgado por las calles de Jerusalén en este, el amanecer de la Pascua, que era una celebración de la libertad judía. Remontándose a los días de Moisés y del Éxodo, Pilato debió saber que el pueblo recordaría que Dios decretó la libertad de todas las personas, y que el Imperio romano, que mantenía a Judea como colonia, tendría que sofocar, por la fuerza bruta, cualquier intento de rebelarse por su libertad.

Luego, Pilato entró en Jerusalén en un caballo de batalla, y Jesús entró en Jerusalén en un asno. El camino de la humildad, el camino del amor que conocemos del Dios que es amor, el camino de la verdad, el camino de la compasión, el camino de la justicia, el camino de Dios, el camino del amor. De esa manera enfrentó el camino del mundo, la fuerza bruta, el poder totalitario, la injusticia, el fanatismo, la violencia, encarnados en Poncio Pilato, gobernador de Roma. Y el resto de la semana fue un conflicto entre el camino del imperio y el camino del reino o del reinado del amor de Dios.

El viernes, el imperio asestó un golpe. Jesús fue ejecutado por orden del gobernador de Roma. Lo mataron y la esperanza pareció morir con él. Sus seguidores huyeron, salvo aquellas pocas mujeres que estaban junto a la cruz, y salvo el anciano José de Arimatea y Nicodemo, que proporcionaron un sepulcro para el cadáver de Jesús. La Escritura dice que pusieron su cuerpo en la tumba y rodaron la piedra delante de la tumba. Y allí yacía él, muerto, sin vida. Allí las esperanzas de ellos se desvanecieron en los altares de la realidad, su verdad fue hecha polvo. Su amor mismo parecía agonizar.

Entonces, temprano en la mañana del domingo, María Magdalena, y al menos otra mujer, y tal vez algunas otras mujeres, fueron a la tumba para ungir su cuerpo, para hacer los ritos funerarios que eran habituales. Pero cuando llegaron allí, se dieron cuenta de que había habido un terremoto, que la tierra, si se quiere, se había resquebrajado, y que la tumba estaba vacía. La tumba estaba abierta y vacía. La tierra se había resquebrajado y pronto descubrirían que Jesús había resucitado de entre los muertos. La tierra resquebrajándose, la tumba que se abre como un huevo que se rompe, y nueva vida que emerge de ella.

Esa es la victoria de la vida. Esa es la victoria del amor. Esa es la victoria de Dios. La resurrección de Jesús es la victoria en la que podemos creer y vivir.

Muchos años antes de que Sudáfrica viera su nuevo día de libertad, escuché a Desmond Tutu en Columbus, Ohio. Esto fue a mediados de la década del ochenta. Esto fue mientras Nelson Mandela todavía estaba en prisión, cuando no había esperanza de liberación. Le escuché decir en su discurso: creo que un día mi amada Sudáfrica será libre para todos sus hijos, negros, blancos, de color, asiáticos, indios, todos sus hijos.

Lo creo, porque creo que Dios tiene un sueño para Sudáfrica, y nada puede detener el sueño de Dios. Y lo creo porque creo que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, y nada puede detener a Dios. La Pascua es la celebración de la victoria de Dios. La tierra, como un huevo, se ha resquebrajado, y Jesús ha resucitado vivo y renovado, y el amor resulta victorioso.

En el año 2020, en esa primera Semana Santa durante la pandemia, cuando los edificios de nuestra Iglesia estaban cerrados, transmitimos un oficio de Pascua desde la Catedral Nacional, y los miembros de nuestro equipo de comunicación organizaron lo que pudo haber sido la primera vez en la historia de nuestra Iglesia: un coro virtual.

Y cantaron un antiguo himno pascual. Y se los cantarán ahora. [Ese himno] canta esta victoria, esta victoria del amor de Dios. Ya la batalla terminó, Cristo la muerte derrotó. Canto de triunfo comenzó. Aleluya, aleluya. Se ha alcanzado la victoria. Nuestra tarea es vivir en esa victoria, vivir en ese amor hasta que se realice la oración que Jesús nos enseñó: venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Y así es esta Pascua, he aquí, el huevo de Pascua ucraniano, porque la victoria del amor y la vida es una.

(Canta el coro virtual)

¡Aleluya! ¡Aleluya!¡Aleluya![1]

Ya la batalla terminó;
Cristo la muerte derrotó;
canto de triunfo comenzó.
¡Aleluya!

Huyen las sombras y el dolor;
deja la tumba el Salvador;
démosle gloria y loor.
¡Aleluya!

Por tus heridas, ¡oh Señor!,
haz a tu pueblo vencedor
sobre la muerte y el dolor.
¡Aleluya!

[1]La traducción al español de este himno latino por Federico J. Pagura sólo consta de tres estrofas (N. del T.).